7.6.18

ÉGLOGA

Francis Albert Salicio (A.K.A. Frankie) persigue de techo en techo a Luigi Nemoroso (A.K.A. Lou).
Ya se han tirado todos los tiros y han tirado sus pistolas calientes y vacías. Ya se han arrojado estrellas ninja, puñales y hasta piedras encontradas en las terrazas. Pero ningún proyectil ha dado en el blanco y los dos siguen corriendo y saltando de casa en casa, de edificio en edificio. Frankie, hombre del FBI no tiene ningún interés personal en Lou, lo persigue por orden del jefe y Lou, un gangster a la antigua, no hace más que cumplir con el deber de escapar del otro.
Los dos han pasado los treinta. Los dos han recorrido muchas millas en los techos de Chicago y ya no tienen ganas de enfrentar estas maratones que pueden costarles la vida. Jadean, pero ninguno quiere ser el primero en decir que se rinde.
De puro cansados no se han dado cuenta de que las casas se han ido acabando, de que el verde de los árboles domina el paisaje.
Lou, que de tanto ver espacios entre construcciones, salta ante cualquier interrupción de la superficie donde corre, nota algo raro frente a sus pies, pero salta de nuevo. Aún agotado, el mafioso da el más largo de sus saltos. Mira alrededor: acaba de saltar un arroyo, de esos cantarinos, con bouquets de flores silvestres en las orillas y aguas transparentes que permiten ver las rocas del fondo, redondeadas por la caricia de la corriente.
En la otra orilla, Frankie ha decidido terminar con la persecución, se ha sacado la chaqueta, el sombrero y se ha tendido boca abajo sobre los tréboles. Lou lo imita, sólo que se tiende boca arriba y mastica un tallo que tiene gusto dulce.
Pasan en silencio unos minutos. Después Frankie dice con voz relajada: "¿Te conté alguna vez sobre Ruby, la mujer de hielo, más sorda que el mármol a mis reclamos?". “No, dice Lou, y me interesa esa historia. Cuando termines de contarme yo te voy a hablar de una mujer a la que yo llamaba Lili Marlene y que cuando se fue de este mundo se llevó mi corazón en su bolso...”
Frankie empieza a hablar, Lou se sienta para escucharlo. Un ruiseñor aparece de alguna parte y le pone música de fondo a su relato.

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